La primavera en el camión.

Voy camino a la escuela. Me toca exponer sobre la búsqueda secuencial en archivos programados en Pascal. Sigo sin entender nada. Pero esta exposición me va a dar puntos. Llevo prisa. No me alcanza para el eco. Ni modo, en camión. Lo bueno que traigo mochila. El chofer me la recuerda entre dientes. Me siento hasta atrás. Las sacudidas y brincos del camión encienden mis instintos. La sensación me hace darme cuenta que estamos a unos cuantos días de que inicie la primavera, donde el aire es agua y toda complejidad se resuelve. Tiempo en que las plantas florecen, los pajarillos cantan, la carne crece y se multiplica y no se si se muera pero sí se entierra, no siempre en ese orden. Pretexto de la naturaleza para volver de la cama un circo, una carpa de sábanas para los trapecistas del último sueño. Época en que las parejas buscan el lugar apartado y falto de luz. El espíritu del burro enardecido que busca pastar en el altiplano del bajo vientre. Curioso momento de la historia en que la infancia crece, en que los niños comienzan a ver en las niñas un hermoso par de trenzas mal peinadas y las niñas ven en los niños que ya les está creciendo el bigote. La primavera, divina primavera. Esa prima que todos los años nos viene a visitar y debemos tratar bien. Porque a la prima, se le debe respeto. Quisiera seguir pensando en la primavera, pero voy tarde a clase. De golpe bajo la parada y me bajo del camión. A pesar de las prisas llego tarde. Pero tengo tiempo suficiente para exponer mi parte y obtener los puntos. Sigo sin entender nada. Ni de los archivos, ni de la primavera. Pero ya acabará. La cama dejará de ser un circo y las sacudidas del camión ya no provocarán mis instintos. En el verano me van a marear.

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